15/Diciembre/2012
Nos levantamos no muy temprano, a
pesar que nuestra jornada era larga pues teníamos casi 400 kms. por delante
antes de llegar a Chimbote y por si fuera poco queríamos visitar las ruinas de
la ciudad de Chan Chan que están ubicadas cerca de la ciudad de Trujillo que es
más o menos la mitad del camino. A las ruinas llegamos poco mas de las once y la
verdad quedamos sin palabras. Es una ciudad inmensa con siete palacios
construidos en adobe por la civilización Chimú en 1.300 d.C, que ocupan casi 30
km cuadrados. Es reconocida como la ciudad precolombina más grande de América y
la mayor de adobe en el mundo; lo que quiere decir que cuando los españoles
llegaron, las ciudades que encontraron en América eran más grandes que las que
ellos tenían en su país “y nos llamaban salvajes -creo que los salvajes fueron
otros”. El recorrido fue guiado por Maritza una mujer peruana muy apasionada por
su cultura y orgullosa de su raza que la verdad hizo del recorrido algo muy
enriquecedor. Por ejemplo nos enteramos que “huaca” significa templo dedicado a
los dioses o lugar sagrado y, que la cultura Chimú desarrolló algodón natural
de colores: blanco, crema, marrón, verde claro y rosado.
De ahí partimos hacia Trujillo
pues nuestra guía nos dijo que no podíamos irnos sin conocer su Plaza de Armas
ni haber ido a las Huacas del Sol y de la Luna que estaban a unos 10 kilómetros
de la ciudad.
Efectivamente la plaza es muy
hermosa y colorida, y las huacas fueron un regalo inesperado pues no pensábamos
ir a verlas ni sabíamos que existían. Son dos templos en forma de pirámide
sencillamente impresionantes, fueron construidas por la civilización Moche años
antes de la civilización Chimú. Los templos del sol y de la luna a pesar de
estar saqueados por los invasores están muy bien conservados. En el del Sol están
haciendo trabajos por lo que no pudimos ingresar, el único que está abierto
para visitantes es el de la Luna, en el que además de la imponencia de las
estructuras también pudimos observar las pinturas indígenas con colores
naturales: azul, rojo, amarillo, negro, blanco.
Luego de visitar estos lugares
sagrados y alimentar nuestro espíritu con conocimientos de nuestros antepasados
peruanos -algo debemos tener de ellos-
nos fuimos a alimentar nuestro cuerpo que ya estaba algo débil. Almorzamos
en las cercanías de las huacas de sol y la luna con comida típica peruana:
chicharrón de pescado y una especie de asado cocido bajo tierra, todo muy rico.
Y ahora sí a coger camino rumbo a
Chimbote, pero… Tanto conocimiento antiguo nos hizo olvidar los avances tecnológicos
y que teníamos intercomunicadores, lo que llevó a que en el momento de tomar
nuevamente a la Panamericana unos paráramos por gasolina y los otros siguieran
la carretera sin vernos. No se imaginan la angustia, nos habíamos separado unos
cuantos kilómetros una moto de la otra y sin vía de comunicación ya que a esa
distancia los intercomunicadores no funcionan…. ¿Y ahora?
Pues nada, a los que íbamos atrás
nos tocó acelerar para tratar de alcanzar a Lucho y Ana, confiando en que ellos
pararan o disminuyeran la velocidad al ver que no nos veían y nunca nos hemos
separado tanto -siempre en el camino cuando nos dejamos de ver, paramos a
esperarnos unos a otros-. Menos mal -al no vernos- ellos habían parado a
preguntar si iban por la vía correcta y pudimos alcanzarlos unos 30 minutos
después.
Finalmente, como a eso de las ocho de la noche,
arribamos al mayor puerto pesquero de Perú a buscar dónde hospedarnos.
Encontramos el Hotel Cantón cerca al puerto en el que pasamos la noche.