04/enero/2013
El día empezó temprano pues no
dormimos muy mucho, la moto de Lucho aún no estaba bien y no teníamos muy claro
qué hacer, así que lo primero fue mirar si todavía teníamos motos y…
efectivamente ¡Sí!
Luego salimos hasta el taller,
donde ya nos esperaba el señor mecánico, quien propuso dos soluciones: la
primera era irse hasta el pueblo más cercano a ver si se conseguía el empaque o
se mandaba hacer, la otra era remendar el que estaba dañado y arriesgarnos con
ese. Lucho optó por la segunda opción y media hora más tarde, estábamos
requintando el tanque con un cuarto de aceite que llevábamos de repuesto y
arrancamos rumbo a Guayaquil, la verdad queríamos salir cuanto antes de ese
caserío así que ni desayunamos, nos despedimos, eso sí, muy agradecidos de
nuestros benefactores y rumbo a Máncora.
Una hora y media después
estábamos allá disfrutando de un delicioso juguito natural y una hamburguesa,
revisamos el empaque y la verdad estaba perfecto, así que continuamos hacia la
frontera, pues nuestra idea era llegar a Guayaquil en la noche.
El paso por las aduanas de Perú y
Ecuador se puede decir que fue rápido,
comparado con el de Bolivia –Jeje–, ahí volvimos a revisar el arreglo -todo
seguía bien-. Pasadas las fronteras y tomamos rumbo a Guayaquil, nuestro rodado
iba yendo despacio, pues no sabíamos como funcionaría el empaque al
revolucionar mucho la moto.
Estando en esas y sobre la marcha,
nos abordó un motero en una BMW 650, nos preguntó hacia dónde nos dirigíamos y
al escuchar que íbamos a Guayaquil se ofreció a guiarnos, unos kilómetros más adelante
paramos a tomar algo, realizar las presentaciones de rigor e intercambiar
historias. Así supimos que el motero que nos había saludado se llamaba Edgar
Narvaez, coronel retirado apasionado por las motos y que tenía una escuela de
paracaidismo, a su vez nosotros le contamos de nuestro viaje y el recorrido que
hasta el momento habíamos hecho. Él al escuchar nuestra historia y saber que
una de las motos tenía problemas, muy amablemente nos contacto con su mecánico
personal, quien acepto esperarnos en Guayaquil hasta nuestro arribo en compañía
de nuestro nuevo amigo. El resto del camino trascurrió sin novedad, relajados
sabiendo que ahora estábamos acompañados de un amigo motero conocedor de la
ciudad que nuevamente nos daba la bienvenida con los brazos abiertos.
Al llegar a Guayaquil fuimos al
taller, dejamos la moto de Lucho y quedamos a la expectativa de cuándo salía la
moto, luego siguiendo las recomendaciones de Edgar nos hospedamos en un muy
buen hotel –Castell– en el centro cerca de el mecánico y… por si fuera poco…
nuestro amigo después de tomarse todas estas molestias con nosotros continúo
con su derroche de generosidad invitándonos a comer cangrejos en uno de los
mejores restaurantes de la ciudad, allí nos reunimos con su novia Catalina,
quien es una colombiana paisa muy querida y pasamos una noche súper
entretenida.
La verdad es que Dios es muy grande y los ruegos de todas nuestras familias y amigos hicieron que nos pusiera cada ángel en el camino en el momento justo cuando lo necesitábamos. Para nuestros amigos, Edgar y Catalina, toda nuestra gratitud y una invitación abierta a Colombia y Bogotá para poder devolverles alguito de su hospitalidad para con nosotros.