31/Diciembre/2012 - 01/Enero/2013
No madrugamos mucho, pues nos
dijeron que el taller de Suzuki en Lima no lo abrían tan temprano. Así que
abrimos los ojos cuando ya la ciudad estaba trabajando, después bañito de año
nuevo, chones amarillos (jaja mentiras no somos tan supersticiosos), desayunito
y listos.
Llegamos al taller fácil pues no
quedaba muy lejos del hostal, pero… malas noticias… la moto más grande que
manejan en la Suzuki es una 400 por ende no tenían el filtro que necesitábamos,
no obstante el vendedor nos indico que había un concesionario de motos de alto
cilindraje donde podríamos conseguirlo, pagamos un taxi que nos guiara pues
nuestra navegadora estrella se había quedado en el hostal y un poco incrédulos
nos dirigimos para allá. Y… mi cara se
ilumino al ver en la vitrina una DL 650 V strom ¡siiiiii! significaba que
vendían el filtro de aceite, uff! casi que no.
Compramos el filtro y el aceite
pero allí no hacían el cambio, y como nosotros no podíamos hacerlo por no tener
la llave para quitar el filtro nos tocó buscar dónde nos lo hicieran, algo así
como el siete de agosto limeño.
Hecho el cambio tocaba hacerles una
lavadita de acuerdo con nuestra costumbre muy colombiana de lavar los vehículos
el 31. Llegamos al lavadero y en la fila nos encontramos a dos paisas mandando
lavar su Jeep Rubicon en el que estaban recorriendo el continente; allí el
abrazo correspondiente de compatriotas y el intercambio de historias de ruta
hizo más amena la espera, pero cuando ya casi nos tocaba el turno de lavada,
los empleados del lavadero nos informaron que se retirarían por poco más de una
hora para almorzar y que no podían lavarnos las motos ni el campero. Fue ahí
donde apareció la persuasión paisa, el pobre limeño no se dio cuenta en qué
momento terminó sin almuerzo y lavándonos las motos y el jeep aún a riesgo de
ser regañado por su jefe pues dejo un carro que estaba primero que nosotros sin
lavar.
Finalmente llegamos nuevamente al
hostal a tomarnos una merecida cervecita y a exhibir mi hermoso bronceado
sabanero en los brazos, pues de regalo de fin de año tuvimos un hermoso cielo
despejado en Lima y cómo se me olvido echarme bloqueador en los brazos me metí tremenda
quemada.
Luego a comer algo, a pasear por
el malecón y a conocer el popular Larcomar; apreciando la vista de la playa
limeña, los sonidos del océano golpeando la playa de piedritas y muchas
personas sobrevolando en paracaídas este espectáculo.
De vuelta a nuestro refugio nos
encontramos a todo el mundo con ambiente fiestero y mirando para donde agarrar
pues había fiestas a la orden del día. Nosotros nos tomamos unas cervecitas en
el hostal para estar a tono con nuestros vecinos, después nos fuimos para una
discoteca cercana a recibir el nuevo año a ritmo de merengue, salsa, cumbia y ¡Tequila!,
al principio nos sentimos un poco raros pues éramos los únicos que bailaban,
pero lo que pasa es que los peruanos solo bailan cuando están bien hidratados y
a las doce happy, happy, pero re happy new year y después casi no nos sientan –jaja–
eso parecíamos los campeones mundiales de la salsa. Finalmente se acabo el
tequila y toco ir a la camita.
Al día siguiente lo único que
hicimos fue dormir, dormir comer, dormir, comer y finalmente dormir –jaja– tocaba recuperar fuerzas.