14/Diciembre/2012
Las cervezas del día anterior nos
dieron duro, pero igual nos levantamos dispuestos a llegar a Chiclayo lo más
pronto posible.
El recorrido en la mañana fue más
bien tranquilo, paramos a desayunar delante de Máncora en un paradero de
camiones, en ese momento Lucho y yo ya casi volvíamos del país de las sombras,
(que guayabo). El desayuno fue poco -como era de esperarse en nuestras
condiciones- pero eso si acompañado de una gaseosa dos litros y una jarra de
limonada, porque qué sed la que hace en el desierto -más la resaca, jajaja-.
Creíamos que ya conocíamos el
viento del desierto, qué equivocados que estábamos. Tomamos el desierto
nuevamente y fue ahí donde apareció el famoso viento del que hablan en internet
los moteros que han hecho este viaje, es algo de locos, parece que el casco
quisiera salir volando de la cabeza, todo el tiempo nos tocaba llevar la moto
inclinada hacia el lado opuesto al viento y cuando se adelantan camiones viene
la mejor parte: al principio el camión corta la corriente de viento produciendo
una succión hacia él y cuando uno lo pasa retoma la corriente, lo que empuja la
moto al otro lado, requiriéndose hacer fuerza para volver al carril y además no
salirse de la vía.
En fin, con todo y esto el
paisaje es indescriptible, una imagen digital no captura la majestuosidad y la
belleza que nos brinda el desierto, esa danza constante de la arena formando
hermosas dunas que viajan como nómadas eternos siguiendo siempre la dirección
del viento, los colores de diversos tonos que van del ocre al rojo,
contrastados con el azul infinito del cielo, es una vista que quedará grabada
en nuestras mentes por siempre.
También entre la belleza del
paisaje y a pesar de las condiciones tan difíciles que se presentan para vivir
en un desierto, pudimos divisar en el camino pequeños pueblitos casi tapados
por la arena, donde habitan personas, que la verdad ni idea como sobrevivirán
allí.
Nos rindió bastante, estuvimos en
Chiclayo también llamada la “Ciudad de Amistad” como a las tres de la tarde. Durante
el camino una abeja se suicidó contra el brazo de Beldys, no sin antes dejarle
su recuerdito y por si no fuera poco con su malestar digestivo ahora tenía un
piquete de abeja.
Conocimos el centro de la ciudad ya
que quedamos hospedados cerca de la Plaza de Armas, en el Hotel Oasis al que
muy amablemente nos guió un taxista muy pintoresco, que nos sacó más de una
sonrisa. Es una ciudad bastante tranquila, no muy grande pero en materia de
fotografía parece que está muy bien surtida, por fin encontramos el filtro para
el lente de nuestra cámara, pues lo habíamos buscado como locos en cuanta
ciudad grande habíamos pasado y nada; pero allí sin estarlo buscando apareció,
además la batería de la cámara de Ana, quien pudo comprobar con mucha felicidad
que todavía funcionaba.
En este día no hubo copas antes
de dormir, por obvias razones.