25/Diciembre/2012
La trasnochada y los tequilas no
nos permitieron levantarnos antes del medio día. A Lucho la altura le estaba dando duro pues desde que llegamos a Puno tenía dolor de cabeza y malestar
general -no valió tomar mate de coca-. En fin, como desde el día anterior le habíamos
manifestado al señor del hotel nuestra intención de ir a los Uros -que son unas
islas flotantes en las que vive gente-, cuando bajamos a almorzar el señor nos
dijo que ya había reservado el tour y que nos recogerían en el hotel a las tres
de la tarde.
Luego de desayuno-almorzar en el
único restaurante que abrió el 25 de diciembre -en el que por cierto nos toco
esperar más de una hora pues estaba lleno- nos recogió en el hotel una “Van”
para llevarnos al puerto; allí tomamos una lancha que tenía como guía a un
Aymara (habitante de los uros).
Cuando llegamos a las islas nos
recibieron los nativos muy amablemente, nos explicaron por que viven allí y
como lo hacen. Según dicen, sus antepasados Aymara fueron invadidos por los
incas y no les quedo más remedio que huir hacia el lago en embarcaciones de
totora para poder sobrevivir; al principio habitaban en estos barcos y
posteriormente construyeron las primeras islas artificiales; vivían de la pesca
y comían la raíz de la totora, y aun lo siguen haciendo, solo que además
también reciben ingresos del turismo y la venta de artesanías. Son un pueblo
indígena pre-inca que aún conserva su lengua y gran parte de sus tradiciones.
Posteriormente, nos dividieron
por grupos y cada grupo se fue con una familia para su casa, a nosotros nos
recibió una viuda y su hija que fueron muy amables con nosotros, contestaron
nuestras preguntas, se tomaron fotos y nos mostraron algunas artesanías. La
verdad estas personas lo dejan a uno sin palabras pues viven de una manera muy
sencilla, pero sus ojos y su forma de ser reflejan una paz interior que uno se
pone a pensar si en realidad es necesario tener tantas cosas para ser feliz. La
experiencia realmente vale la pena, es muy interesante ir, lamentablemente nos
enteramos tarde que uno se podía hospedar allí por un precio barato por eso no lo
hicimos -creíamos que el costo era bastante elevado, pero no- y nos hizo falta
un poco más de tiempo para aclarar tantas dudas que nos surgieron sobre su
forma de vida.
Después de esto llegamos al
puerto con un frío ni el berraco, que le causó mucha gracia a una familia de finlandeses
que iban con nosotros, pues ellos están acostumbrados a temperaturas de hasta 35°
bajo cero y allí a lo sumo estaríamos a menos 2°.
Finalmente, a comer y luego al
hotel. Lucho continuaba mal y ya estábamos preocupados pues no podía dormir y
tenia escalofríos constantes además de que iba adquiriendo un color blanco-papel
y esa noche no sería la excepción.