Muy animados nos levantamos como
a las cuatro de la mañana, salimos y todavía estaba muy oscuro, nos habían
dicho que teníamos que estar media hora antes en la estación, y como por nada
del mundo queríamos perder el tren, muy juiciocitos llegamos a tiempo. En la
estación estaban vendiendo chocolate caliente con sanduchitos de pan con queso
y como no habíamos desayunado, pues quién dijo miedo a comer se dijo. Lo que no
calculamos es que el chocolate estaba literalmente hirviendo por lo que Ana,
Beldys y yo quedamos con un lindo recuerdito en el paladar.
Llegamos antes de las siete a
Aguas Calientes, con mucha pena, pues era el solsticio de verano y precisamente
este día el sol entra a las seis de la mañana justo por una de las ventanas del
templo del sol, pero ni modos, nos lo perdimos.
Nos dirigimos a la parada del
autobús para subir a la entrada de la ciudadela (otro atraco 17 dólares ida y
regreso) y a comprar los boletos de entrada que gracias al carnet de estudiante
y a ser Colombianos nos salió mucho más barato, es lo único barato allí (porque
esto si lo maneja el gobierno peruano y no un monopolio extranjero) diez
minutos después estábamos allí, en el conjunto cerrado más exclusivo que jamás
haya visto, los señores incas sí sabían cómo vivir.
Lo primero que he hecho las dos
veces que he tenido la fortuna de estar allí, es imaginar cómo sería la vida en
este sitio en tiempos del Inca, y siempre llego a la misma conclusión: ¡que
bacano debió ser vivir en este sitio! por un costado la vista a una cadena de
nevados y por el otro -en cambio también- el rio pasando a los pies de la
montaña que por lo pendiente de su
cuesta da la impresión de que la ciudad estuviera volando. Contaba con lo
último en tecnología de la época, como calendario, puntos de referencia que
vendría siendo como el GPS, acueducto, observatorio, supermercado incorporado
(solo era ir al huerto y recoger), jardines, templos a la vuelta de la esquina,
un clima agradable -lo único malo es que por ser cabecera de selva llueve mucho-,
en resumidas cuentas “qué construcción tan
volada”. La forma en que estos ingenieros y arquitectos no peleaban con el
terreno sino que sencillamente se adaptaban a él, es algo que deberíamos
aprender.
Después de pensar todo esto en mi
cabeza, a lo que vinimos, a gorrear guía -jiji-, ya que no pagamos este
servicio debido al dicho común de la tierrita “donde comen tres, comen cuatro”,
pues donde escuchan seis, escuchan diez -jaja- y tan solo hay que hacerse el
que está tomando fotos y ya. Así hicimos la primera parte del recorrido por la
ciudadela. Como la primera vez que fui no pude subir a ninguna de las montañas
cercanas a la ciudadela no podía dejar pasar esta oportunidad, así que después
de aprovechar al máximo nuestra visita guiada, empezamos el ascenso a la
montaña Machu Picchu de la cual se han tomado las fotos más conocidas de la
ciudadela; la subida es brutal es como subir el edificio Colpatria unas tres
veces, lo único es que se hace rodeado de bosque nativo y respirando aire puro,
además con una vista inigualable, gracias a Dios el cielo estuvo despejado la
mayor parte del tiempo -el camino me trajo recuerdos de mi niñez-.
Lucho se nos perdió en la
ciudadela, Ana se quedó en la primera estación y dijo que continuaría a su
paso, finalmente sólo quedamos mi esposa y yo, ascendimos a buen paso y
gastamos poco menos de hora y media entre foticos, paradas de descanso y los ánimos
que nos daban las personas que ya venían cuesta abajo.
Al conquistar la cima,
los que ya estaban allí nos saludaron calurosamente, a pesar de ser de múltiples
lenguas y nacionalidades no se podía negar una sonrisa ni un saludo a nadie, todos
estábamos en este sitio como hermanos y hermanas, como humanos que somos
admirando las maravillas de la naturaleza, habíamos conquistado la montaña -siii-
cada quién con una intención distinta e igualmente respetable: algunos
esperando un cambio en el universo de acuerdo con la profecía Maya, otros una conexión
directa con el Inca mediante el ritual de enterrar el cristal (se dice que al
enterrar un trozo de cuarzo en la montaña y conservando una parte del mismo, se
tendrá siempre una conexión con Machu Picchu, como dijimos nosotros al saberlo
“wi fi directo”), otros -como nosotros- simplemente por disfrutar de un lugar
tan mágico rodeado de historia oculta que ningún arqueólogo podrá saber a
ciencia cierta -mejor así pues queda mucho para la imaginación-. Lo cierto es
que al tocar con nuestros pies las mismas piedras que tocaron hace cientos de
años los pies de nuestros ancestros sentimos su energía.
En la cima compartimos con
algunos hermanos Peruanos, Argentinos, Japoneses -entre otros-, historias de
vida, pensamientos, mientras esperábamos que la montaña abriera el telón para observar
desde el pico ubicado a 3080 msnm la centenaria construcción, pero... esto
nunca pasó. Llegó el medio día y el guarda parques nos dijo que teníamos que
bajar pues no podía estar nadie después del medio día arriba; curioso personaje
éste: un inca como muchos que se siente orgulloso de su raza, que entre otras
cosas nos contó que la montaña cada año se cobra su tributo de sangre, pues
cada año según él muere algún turista en dicho lugar por causa natural o por
accidente –aunque las investigaciones arqueológicas no han encontrado indicios
de que en Machu Picchu se realizaran ofrendas humanas sino sólo de animales
como las llamas-.
Para nosotros no importó el hecho
que la montaña hubiese estado nublada, simplemente fue disfrutar el camino, la
naturaleza y la ofrenda de dar algo de cada uno de nosotros por conquistar la
cima, esa fue nuestro tributo a la montaña.
Al bajar, nos enteramos que Ana
también hizo una ofrenda bastante grande, pues a pesar de su estado físico no
renunció y casi logra la cima, aunque la bajada le pasaría factura más
adelante.
Después del duro descenso hicimos,
otro recorrido por la ciudadela -no todos los días se está en Machu Picchu-,
eso sí nos llovió toda la tarde. Finalmente, ya a eso de las 4 de la tarde no
encontramos a Lucho así que tomamos el autobús de regreso a Aguas Calientes,
para almorzar -como se ha vuelto
costumbre- cerca de las cinco de la tarde y a buscar hospedaje, pues nuestro
tren de regreso estaba programado
para las cinco de la mañana del siguiente día.